viernes, 13 de agosto de 2010

LA HISTORIA ME ABSOLVERÁ

El 13 de Agosto de 1926 nacía en Birán (antigua provincia de Oriente) Fidel Castro Ruz, cumple hoy pués el comandante Fidel 84 años y tiene su mérito, si tenemos en cuenta las veces que han intentado acabar con su vida los servicios secretos estadounidenses.
Fidel Castro empezó muy joven en cuestiones políticas y siempre a contracorriente, ya en la universidad fue elegido delegado de la Federación Estudiantil Universitaria oponiéndose a un candidato gubernamental. Su salto a la política con mayúsculas lo consigue en Julio de 1953 cuando con un grupo de jovenes opositores a Batista intentan asaltar el Cuartel Moncada y el Cuartel Carlos Manuel de Céspedes, ambos en la provincia de Oriente. El intento fracasa, muchos asaltantes mueren o son fusilados y Fidel Castro que entonces estaba próximo a cumplir los 27 años es detenido y condenado a prisión. En el juicio, él asume su propia defensa con un documento llamado "la historia me absolverá".
En Enero de 1959 llegaban al poder después de tres años de lucha contra el ejército de Batista. Su odisea comenzó con apenas once o doce supervivientes de los poco mas de 80 que llegaron a territorio cubano desde Méjico, frente a todo un ejército. Estos pocos supervivientes se hicieron dueños de la Sierra Maestra y desde allí en poco mas de tres años conquistaron el poder que aún hoy, casi cincuenta y dos años depués, siguen ostentando.
Tachado de dictador, no sin razón, pero de mas dictador que nadie, gracias al empeño puesto en ello por los EE.UU. para los que lleva siendo todo este tiempo una mosca cojonera con la que nunca han podido (Bahía Cochinos, Bloqueo, Cia, Condena Internacional) y ahí está el tio a sus 84 años, sin que nadie haya conseguido bajarlo de su burro, con errores, por supuesto, pero hay que reconocerle que hay que tenerlos muy bien puestos para llevar tantos años enfrentado a los yankis sin haber muerto en el intento.
Este mérito es, de por sí, suficiente para que cuente con la admiración de muchas personas en el mundo, entre los que este piojorojoucolorao se incluye y si no es políticamente correcto pués bueno ¿cuantas cosas no lo son y las aplauden la mayoría?.
Nos dicen que tiene muchos opositores dentro de Cuba, puede ser lógico y hasta bueno, pero la Sierra Maestra ha estado ahí todo este tiempo y a pocos les ha dado por subir a ella y emular lo que hicieron estos revolucionarios, así que Feliz Cumpleaños comandante y por mi parte que cumpla muchos mas y la historia ya se verá si lo absuelve o lo deja de absolver.

5 comentarios:

  1. 1ª Parte:
    Si se me permite discrepar moderada y respetuosamente ―de otra manera no sé, ni quiero, hacerlo― creo poder decir algo personal sobre este tema tan traído y llevado, tan manoseado, de Fidel Castro.
    En el verano de 1957 estudiaba yo un curso de Inglés en la Universidad de Miami. Solía reunirme con chicos de Cuba y Puerto Rico que estudiaban allí y les oía hablar acaloradamente de un personaje para mí desconocido, un tal Fidel Castro. Al principio no les prestaba atención especial, pues el nombre me recordaba al de un intérprete de boleros bastante cursi, famoso por entonces en las Antillas, llamado Fidel Prado, y yo les dirigía bromas basadas en el equívoco entre ambos Fideles, el cantante y el guerrillero que luchaba desde Sierra Maestra contra la dictadura de Fulgencio Batista.
    Comprendí la importancia de Castro cuando supe que circulaban por los Estados Unidos unos bonos de ayuda a su causa, por importe de cinco dólares cada bono. Yo mismo llegué a comprar algún bono en la propia Universidad de Miami, creo que sólo un par de ellos, que era a donde mi economía de estudiante alcanzaba.
    La venta de bonos era considerable, porque no participaban en su compra tan sólo cubanos exiliados, sino también muchos norteamericanos que simpatizaban con el personaje y con el propósito de derribar del poder a Batista, considerado un déspota impopular y sanguinario.
    De manera que aquí tenemos un dato que no se conoce o no se cita: Fidel Castro y su causa recibieron cuantiosos fondos en dólares, en calidad de ayuda del pueblo americano. Tales fondos fueron, según oí y leí a poco de tomar Fidel el poder en Cuba, decisivos para el éxito de su lucha.
    Por cierto que, estando poco después en Santo Domingo, en enero de 1958, fui testigo de la llegada de Marcos Pérez Jiménez y de Juan Domingo Perón a la capital dominicana, que por entonces recibía el nombre oficial de Ciudad Trujillo. Ambos llegaron como exiliados; Perón de la Argentina, aunque se había refugiado primeramente en Caracas, y Pérez Jiménez de Venezuela. Perón se paseaba sonriente por las calles dominicanas y hasta coincidí con él ―acompañado de su inseparable secretaria Isabelita Martínez, más tarde su segunda esposa― en un cine Olympia tan vacío de público que sólo estábamos en la sala los nombrados; Perón con Isabelita en los asientos de la derecha y yo en los de izquierda. Pérez Jiménez, por el contrario, sólo paseaba en coche de cristales tintados, con rostro muy serio.
    Pues bien, tan sólo un año después, en enero de 1959, también Fulgencio Batista acudió a refugiarse en Santo domingo, tras la entrada de Fidel y los suyos en La Habana. Los tres se trasladarían posteriormente a Madrid, acogidos como refugiados políticos por el régimen de Franco, y tan sólo Perón volvería a su patria para asumir de nuevo, y por tercera vez, la Presidencia, hasta su muerte en 1974.

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  2. 2ª parte:

    Cuando Fidel Castro entró en La Habana, el 1º de enero de 1959, sentí entusiasmo y confianza en que su mandato constituiría una redención para el pobre y castigado pueblo cubano.
    Cuba era una pocilga de cabarets, prostitución y miseria adonde los turistas yankis acudían como verdaderos señores del país. Hasta el punto de que, cuando Fidel rompió con los E.E.U.U., muchísimos norteamericanos supieron que Cuba no era una posesión americana, sino una nación independiente que podía romper relaciones diplomáticas y expropiar los bienes de los ciudadanos o empresas americanas.
    Durante el primer año de revolución, yo solía oir los largos, interminables discursos de Fidel con gran interés, aunque me decepcionaban sus improvisaciones, sus lagunas, sus errores.
    Me defraudó la expropiación de todos los bienes de los españoles en territorio cubano ―expropiación sin compensación económica alguna―, españoles modestos que habían trabajado largos años para lograr un patrimonio que les permitiera regresar a su Galicia o Asturias natal a pasar sus últimos años de vida; nuestros indianos del género chico.
    En cuanto a la expropiación, sin compensación, de todas las propiedades de capital norteamericano ―importantes y cuantiosas, a diferencia de los modestos bienes de emigrantes españoles― acarreó, como contrapartida, el embargo del comercio de los E.E.U.U. con Cuba, embargo que aún sigue en vigor y que priva al pueblo cubano de bienes de consumo necesarios en nuestro tiempo, como pueden ser los medicamentos y ciertos alimentos que no se producen en las islas caribeñas.
    Tengamos en cuenta que el llamado “bloqueo” no es tal, sino tan sólo el embargo comercial o de intercambio de productos de un determinado país ―los E.E.U.U. en este caso― con otro: nuestra entrañable Cuba. Antes del embargo, por ejemplo, en los E.E.U.U. los cigarros puros que se consumían en gran cantidad eran habanos; tras el embargo, no ha vuelto a entrar en aquel país ni un solo puro habano. Ni siquiera en el bolsillo de los turistas, pues los aduaneros americanos son implacables en aplicar la prohibición, como yo mismo he podido comprobar.
    Fidel Castro tomó una decisión extremada y, a mi juicio, de gravísimo riesgo, como fue jugar la carta de la guerra fría entre los E.E.U.U. y la Unión Soviética. Castro se manifestó marxista-leninista y tomó partido por el régimen soviético en una época de grave confrontación entre ambas superpotencias. Y lo hizo después de tomar el poder, no cuando luchaba en Sierra Maestra para alcanzarlo; en caso contrario, habría perdido gran parte del apoyo con que contó en su lucha.

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  3. 3ª parte:
    La radicalización política del castrismo en pro de los intereses soviéticos, como sería la decisión de instalar en la isla cohetes soviéticos con cabeza nuclear, llevó al mundo a situaciones de riesgo bélico que a nadie beneficiaban. En aquella coyuntura, sí que hubo bloqueo militar de Cuba por la armada norteamericana, para obligar a Kruschev a dar la orden de regreso a los buques soviéticos que portaban los misiles. En aquellos días, vivimos una situación de extremado riesgo bélico entre las dos superpotencias, con una angustia que recuerdo muy vivamente.
    Kennedy, el Presidente que tuvo que mantener el tipo para salir al fin airoso de aquella apuesta de insensatez y locura, hubo de sufrir a continuación, junto con De Gaulle y Mac Millan, las represalias soviéticas sobre la zona occidental de Berlín, sometida ―esta vez, sí― a un auténtico bloqueo que impedía toda llegada de suministros.
    Kennedy, por cierto, no fue quien fraguó aquella gachupinada del desembarco en Bahía de Cochinos. Aquello se fraguó poco antes de finalizar el mandato de Eisenhower, de manera que, cuando Kennedy tomó posesión de la Presidencia de su país, se encontró con la consumación de aquella aventura sin pies ni cabeza. La pretensión de los asaltantes era que, tras el primer desembarco de “patriotas” cubanos, la infantería de marina norteamericana acudiera en su ayuda, invadiendo el país y derrocando el régimen castrista por la fuerza de las armas.
    Kennedy no consintió en tal desembarco y dejó a los asaltantes a merced del ejército popular cubano, lo que creo costó la vida a aquel Presidente atípico, de origen irlandés y nominación católica. Los poderosos intereses de la ultraderecha norteamericana, junto con los cubanos establecidos en los E.E.U.U., no perdonarían a Kennedy el “plantón” de Bahía de Cochinos y esperaron la ocasión propicia para organizar su asesinato, como finalmente ocurrió en Dallas el 22 de noviembre de 1963. Yo estuve presente en el funeral que se celebraría en el cementerio nacional de Arlington al mes justo de su asesinato, el 22 de diciembre del mismo año. Funeral emocionante, no por la presencia de altos personajes de la política americana, que no los hubo, sino de ciudadanos sencillos, buena gente que manifestaba con sus cantos tradicionales y su íntimo y profundo respeto el sentir por la muerte de un Presidente en quien muchos habían depositado sus esperanzas de cambio. Otros muchos, sin embargo, lo odiaron y yo fui testigo de la alegría malévola causada por su asesinato entre cierta clase de gente que se consideraban auténticos “wasps”.

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  4. 4ª parte:
    Entre los años 1960 y 1967, visité Washington, donde conocí y traté muy estrechamente a gente cubana exiliada. No gente rica ni de elevada clase social, sino más bien de clase media profesional y trabajadora. Raro era quien, de entre ellos, exculpase a Fidel y a su régimen de la situación de pobreza y escasez del país.
    En una ocasión, pude conocer la profunda división que el régimen cubano provocaba entre los miembros de una familia de gente trabajadora y de bien. El padre, médico, había permanecido en Cuba, ayudando a la revolución ―con la que se identificaba―, prestando sus servicios profesionales de forma desinteresada. La madre y las hijas, por el contrario, detestaban todo lo relativo a la revolución cubana y a su mentor, Fidel Castro.
    Fidel Castro optó por una ideología política que en el continente americano tenía pocas o nulas posibilidades de triunfar. La muerte del Ché Guevara dio finalmente al traste con la posibilidad de exportar la revolución por la vía de la guerrilla; en Cuba había triunfado, sí, pero ocultando el signo ideológico del marxismo-leninismo hasta tanto no se lograra el poder. Una vez conocido éste, todas las fuerzas económicas, políticas, sociales, religiosas predominantes en el continente occidental se aprestaron a la defensa de sus tradiciones. La geoestrategia, en definitiva, estaba en contra de la pretensión del castrismo. Llevar el comunismo al Viet-Nam, situado en la panza de la inmensa China, era absolutamente factible y hasta inevitable; llevarlo a una islita caribeña, bajo la panza de la poderosísima nación americana, a tiro de piedra de Key West, en la Florida, era absurdo, como los hechos han demostrado.
    Fidel y el castrismo es hoy un mito viviente. No para quienes, como yo, lo hemos visto nacer, crecer y declinar, pero sí para los jóvenes que lo asocian o identifican con la tenaz resistencia contra el imperialismo económico yanki. Un mito que, en definitiva, quedará como tal en la Historia.
    La historia, o mejor dicho, el transcurso del tiempo, hacen cambiar a los hombres y pueblos. Hoy preside la nación americana un mulato que se propone superar las enemistades, los enfrentamientos entre su pueblo y los pueblos de distinto signo político y religioso. En Manhattan, cerca donde se alzaron las Torres Gemelas del 11-S, se va a inaugurar una gran mezquita que, sin el permiso de los palmeños, llevará el nombre de “Córdoba”. La mezquita “Córdoba” junto a la gran manzana neoyorquina, ¿quién lo iba a pensar tiempo atrás?
    ¿Es así ―mediante la evolución y la tolerancia de los pueblos occidentales con los usos y costumbres de otras civilizaciones― como la historia absolverá a Fidel Castro?
    Buenos, pues así sea, amigo Fidel. Por mí, que no quede.

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  5. Aclaración:
    El cantante cursi a quien vi actuar en un teatro dominicano en el año 57 se llamaba Lucho Gatica.
    Fidel Prado era el autor de los boleritos de su repertorio.
    En el escenario, Lucho era de una presunción y engreimiento nunca vistos. Nada más salir, y entre gritos histéricos de las chicas, que coreaban ¡Lucho, Lucho, Lucho...!, decía unas palabras pidiéndoles que no subiesen al escenario para arrancarle los botones de sus prendas de vestir, porque había traído botones para todas.
    Sacaba entonces un puñado de botones de sus bolsillos y los arrojaba al patio de butacas. Las muchachitas se arrojaban como locas al suelo, compitiendo entre ellas en busca de los botones, y las que no conseguían alguna de aquellas codiciadas prendas acababan por correr a lo alto del escenario y le arrancaban a Lucho la botonadura completa de su chaqueta.
    Un espectáculo ciertamente nauseabundo para un joven español con ideas muy distintas sobre la dignidad femenina.

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